Como suele suceder, el
ciudadano va a votar en elecciones legislativas y presidenciales.
De igual modo, para renovar Congresos locales y al Ejecutivo estatal. Finalmente
aflora en la parafernalia electoral, la venerable equidad para justificar
barbaridades electorales y todo se retroalimenta constantemente.
Eliges a tus diputados
por mayoría y se distribuyen los legisladores de representación proporcional,
que implica que seguramente habrá más de tres partidos políticos, bajo un
esquema de legisladores que son más leales a sus partidos -que a su electorado-,
dado que de sus agrupaciones políticas depende su nominación.
Para los partidos -en este contexto-, difícil es que se le permita
tener una mayoría simple o calificada, lo que redunda en que el Jefe del
Ejecutivo no tiene una mayoría garantizada en el Congreso, de tal manera, las
divergencias se resuelven de otra forma, menos a través de la negociación
política en el Poder Legislativo e incluso, llega a haber una parálisis entre
Ejecutivo y Legislativo. Tal y como ha ocurrido en historia reciente de México
y con expresiones legales de frenar cualquier ola plural a favor de la
transición democrática.
No existe forma alguna de
que el gobierno que se forme incluya a más de un partido, en una coalición
legislativa y de gabinete. No obstante, hay gobiernos que nacen de una mayoría
clara e incluso apabullante en sus respectivos Congresos, a lo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), ya ha dado
una receta para paliar el monopolio legislativo a favor de un partido expresado
a través de una super-mayoría, tal y como ocurrió en Oaxaca en 2010.
Cabe
mencionar, que los regímenes presidenciales al tener un sistema de separación
de poderes y partidos indisciplinados carecen de incentivos para la formación
de coaliciones legislativas, lo que produce gobiernos divididos, parálisis
legislativas, gobiernos inefectivos y en el peor de los casos el
desmoronamiento de las democracias.
AGENDA PÚBLICA
Esta
situación es inquietante, por ello la importancia de iniciativas como el Pacto por México, para alcanzar el consenso de los partidos políticos. Sin embargo, los retos son mayúsculos ante la impaciencia popular frente a los cálculos económicos, de
ingreso y de consumo de la mayoría de la sociedad, asociado a su
empobrecimiento, lo que habrá de reflejar precisamente las inconsistencias de
los políticos.
México tiene que ser competitivo y su imagen no debe girar en
torno al populismo retorcido, sustentado en falsas creencias originales y
culturales neo-fundacionales, ni a la izquierda caduca ideológicamente.
No es
necesario ser un teórico para darse cuenta que la crisis económica global de los últimos años ha
dejado en claro sus efectos en México. Por lo
expuesto anteriormente, se debe tener como
prioridad aquellas razones para abatir la pobreza y pasar de la agenda mínima a
una de mayor alcance y envergadura, con reformas económicas y sociales de gran
calado.
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