Hace exactamente trece años me pregunté, supongo
que reaccionando a algunas oídas, qué era lo que pasaba en el mundo. “Protestan
contra la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en Canadá y
frente al Teatro Capitol, se organiza una reunión de sindicatos, donde se
congregan cientos de jóvenes con pancartas de todo tipo, que protestan contra
la militarización en la lucha antidrogas, el uso de pesticidas o las políticas
del Fondo Monetario Internacional”. Se entreveía la importancia de estas
protestas contra la globalización, como la de Seattle en noviembre de 1999, que
convulsionó la Cumbre de la Organización Mundial de Comercio.
En México, tantos problemas irresolutos como
Chiapas, la UNAM, los maestros, Aeroméxico y sembrada en la opinión pública la
aritmética de que el poder transaba con la oposición.
En esos años las notas eran extraordinariamente
oscuras para ganar el 2 de julio del 2000, aún no adquiríamos conocimiento
reflexivo sobre la novedad y la trascendencia que esa fecha tendría para los
mexicanos. La evolución hacia una mayor consciencia no coincidiría con la
salida del Partido Revolucionario Institucional de Los Pinos, sino al dar un
pequeño vistazo a la novedad y la colindancia con la realidad, y contrastar que
el sistema político incuestionable dejaría un heredero, pues la cúpula de poder
cambiaría de rostros, pero no de estructuras.
Coincidíamos en cambiar el semblante
de México y favorecer un modelo de vida más justo de las mexicanas y los
mexicanos. Sin embargo –a pesar de los eslóganes de Vivir Mejor-, el narcotráfico y los secuestros terminaron por
consolidarse como los nuevos terrores de lo público.
¿Qué
fue lo que pasó? Nosotros nos lo preguntamos ahora. Definitivamente, no
logramos la transformación ansiada hacia una nación exitosa y competitiva. Tal
vez, debimos actuar más en nosotros mismos y extirpar las falsas creencias que
nos aquejan como sociedad, para así hacer un viraje de rumbo y cambiar nuestras
ideas.
Por
ello, esforcémonos y comprometámonos con nosotros mismos, con nuestras metas y
sueños, con esta gran obra colectiva que es México. No olvidemos, que nada está
más destinado al fracaso que aquello que se emprende a medias, sin pasión y sin
fuerza.
Los
invito a reflexionar conmigo sobre el éxito de esta gran nación, que es un
mosaico de cultura, historia y tradición que tiene mucho que ofrecer a propios
y extraños.
El
mayor éxito de los mexicanos es que no nos desanimemos al encontrar obstáculos
en nuestro camino, y que trabajemos con ahínco hasta que podamos ser un ejemplo
vivo de que ¡sí se puede!
Todo
depende de uno mismo y que la decepción no sea la crónica amarga
que este país nos narra. La
tibieza, la indecisión, no son aceptables en ninguna circunstancia. Todas las
personas somos seres humanos excepcionales y podemos contribuir no sólo a
transformar nuestra existencia, sino también la de los demás y luchar por un
mejor mundo.
Tengamos
presente que el éxito no solamente se puede medir en pesos y centavos. El éxito
radica en inspirar positivamente la vida de quienes nos rodean, viviendo con
sencillez, humildad, honestidad, servicio y perseverancia, y sobre todo, con
mucha alegría.
Por ello, es necesario reflexionar sobre la
ambición y sus límites, sobre las ofensas que el tiempo y la memoria convierten
en agravios imperdonables. En este sentido, no olvidemos que es
más valioso y efectivo predicar con el ejemplo que con la palabra; no
traiciones.
Muchos aún no comprenden la gran responsabilidad
que tienen sobre sus hombros y que su trabajo debe estar orientado a
representar a la ciudadanía buscando como único fin el bien común de la
sociedad. Tarea que muchas veces, los partidos políticos han olvidado sólo
haciéndose cargo de la coyuntura y las urgencias.
La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace
es, la principal cualidad de un líder político. Necesitamos gobiernos que se
apresten a recuperar el rumbo y cumplir con la exigencia del interés público,
para romper esas nefastas herencias de administraciones pasadas que impiden y
han impedido el beneficio colectivo.
Un gobierno corrupto dejará siempre un rastro de
ineficiencia administrativa. México y Tabasco, necesitan de gobiernos donde
prevalezcan y se antepongan las buenas conductas ligadas a la ética y superar
las disputas políticas. Asimismo, terminar con la cultura patrimonialista de
gobernar, trabajar con la sociedad organizada, escucharla y dialogar con ella.
De igual modo, no olvidemos que la corrupción y las
malas prácticas no son exclusivas de los gobiernos. También en la iniciativa
privada se observa este comportamiento.
Como ciudadanos es necesario predicar con el
ejemplo, dejando a un lado los prejuicios o intereses personales. Esto, es a mi
juicio lo que nos permitirá recuperar la credibilidad y confianza de quienes
permanentemente, dicen sentirse decepcionados de la clase política.
REFLEXIÓN
De la historia recorrida en estos años, me queda la
impresión que pocos dirigentes y políticos se han atrevido a un ejercicio de
sinceridad con la sociedad. En estos aciagos tiempos en que estamos padeciendo
el descrédito de la clase política, es clave eliminar de la sociedad esa imagen
de políticos corruptos y de que la justicia no es igual para todos.
A pesar que la voluntad es frágil, derribemos estos
muros. Nuestra historia puede enseñarnos algo, porque sin amor en lo
que hacemos, sin esfuerzo, sin compromiso, no lograremos nada.
E-mail:
guillermoars@gmail.com
Twitter:
@pumamemo
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