martes, 4 de febrero de 2014

ÉTICA, ANTÍDOTO CONTRA LA CORRUPCIÓN


Lo más aborrecible es que se gobierne olvidando el bienestar de la gente, Confucio

Con frecuencia nos preguntamos cuáles son los pilares de un gobierno justo y qué se puede entender por una buena gestión pública. Precisamente, uno de los reclamos de toda sociedad es la atención que ésta debe recibir de su gobierno. Dicha atención se manifiesta a través de la satisfacción de las demandas de la comunidad política así como de una mayor expectativa en el nivel de vida de los ciudadanos. 
 
No obstante, ni los gobiernos ni sus administraciones públicas logran cumplir de forma óptima estas exigencias. Esta situación ha generado que las demandas ciudadanas hayan rebasado la capacidad de respuesta de los gobiernos y que las instituciones públicas sean vistas como lentas, ineficaces e ineficientes, lo que a su vez genera que la ciudadanía pierda la confianza en su gobierno.
 
Cualquier cambio o mejora en la operación de los organismos públicos, apoyada en recursos, técnicas e innovaciones hacia una mayor eficiencia y responsabilidad, tendrá mayor posibilidad de éxito si se acompaña de principios y valores éticos. Al ser las instituciones de carácter público, es indispensable contar con personal íntegro por lo que la ética se torna vital ya que desarrolla un impacto activo en el personal que a su vez se manifiesta en la marcha y desarrollo de las instituciones.
 
Entonces, ¿cómo debería conducirse en su cargo un funcionario público? Una relectura de la teoría política sobre el origen y razón de ser de la política misma conduce al uso de la ética como instrumento de doble función, por un lado, sirve de freno a comportamientos negativos o desviados que son nocivos en el servicio público; y por otro, refuerza los valores y comportamientos positivos contribuyendo así a la calidad moral de las personas y de las instituciones. El fomento de los valores éticos en los servidores públicos permite sensibilizar en responsabilidad y compromiso generando así una mayor excelencia en la calidad y gestión de los intereses colectivos.
 
Pero la corrupción no es un mal exclusivo de los gobiernos. Hoy sabemos que en el sector privado, las empresas transnacionales, son un foco rojo de corrupción y justamente, la globalización económica no se comprende sin dos elementos fundamentales que la acompañan en su expansión: la oligarquía y el neoliberalismo, elementos que propician prácticas corruptas por su espíritu usurero. Asimismo, el sector social, está infectado por la corrupción. Desafortunadamente, la corrupción está en aumento, por una tipología tan básica como la codicia, la avaricia, el anhelo de poder, la vacuidad o vacío existencial que sólo es llenado mediante bienes materiales y la ignorancia, sobre la que Lao Tse escribió: “Tener mucho es estar confundido”. Efectivamente, en la sociedad contemporánea hay mucha confusión y desorientación. 
 
El comportamiento correcto de los gobernantes es una condición sine qua non para que existan mejores prácticas o una eficiente administración, a la vez que un buen gobierno. Por ello, la ética pública implica necesariamente una relación con la política por lo que su campo de acción no se limita únicamente a los funcionarios públicos. 
 
Un buen gobierno, para ser considerado como tal, requiere no sólo funcionarios responsables sino también políticos responsables, puesto que son éstos quienes gozan del máximo margen de autonomía en las decisiones y, de éstas decisiones, depende a su vez la actuación de los funcionarios y la marcha de la administración pública. 
 
Cualquier gobierno estará legitimado si defiende y aplica una verdadera ética pública en virtud de que ésta conlleva responsabilidad, espíritu de servicio, así como atención, equidad y justicia para el ciudadano. 
 
La confianza en los gobiernos y en las instituciones públicas se ve cuestionada, entre otras causas, por los malos resultados en la gestión pública y por los constantes casos de abuso de autoridad, tráfico de influencias, mentira, prevaricación, transfuguismo, desenfreno, uso indebido del patrimonio público o corrupción, en la conducta de políticos y funcionarios. Estas situaciones se repiten con cierta frecuencia, más aún, tienden a incrementarse. La razón es simple, durante mucho tiempo se descuidó la ética en la formación de políticos y funcionarios públicos.
 
La pérdida de la confianza es grave, porque sin ella la sociedad y el gobierno se dividen. El estado se fractura. El valor de la confianza es una condición para la integración de gobernantes y gobernados.
 
La integridad en el ser humano orienta la conducta al tiempo que permite actuar de acuerdo a valores. Es fundamental que los servidores públicos, entendiendo por éstos a aquellas personas que ocupan un cargo público y sirven al Estado -políticos, legisladores, jueces, funcionarios y todos los que prestan sus servicios en las instituciones públicas-, lleven a cabo un comportamiento noble al ocupar un cargo. Cuando este personal posee probidad, ejecuta cada acción con fundamento en la recta razón y acompañándose de una escala de valores.
 
La Ética aplicada a la función pública es de vital importancia porque tiene como eje central la idea de servicio, es decir, las tareas y actividades que realizan los servidores públicos están orientadas a la satisfacción de la pluralidad de intereses de los miembros de la comunidad política. Es además un poderoso mecanismo de control de las arbitrariedades y antivalores practicados en el uso del poder público. Es un factor esencial para la creación y el mantenimiento de la confianza en la administración y sus instituciones, a la vez que instrumento clave para elevar la calidad de la política y la gestión pública gracias a la conducta honesta, eficiente e integra de los servidores públicos. 
 
Por estas consideraciones, el servidor público se debe a su comunidad, su sueldo es pagado por la sociedad y por lo tanto tiene una responsabilidad y un compromiso con ella. Los políticos, junto con su equipo de funcionarios, tienen la responsabilidad de dirigir los asuntos públicos y resolverlos. Para eso se propusieron siendo candidatos. Por eso son gobierno. Para eso sirven los gobiernos. De esta forma, los funcionarios, al trabajar para los políticos y ser los operadores de las instituciones públicas, se convierten en corresponsables en la función de gobierno. El político y el funcionario público no deben olvidar que están para servir a la comunidad y no para servirse de ella.
 
Entonces, ¿cómo podemos generar una cultura ética? ¿Es la educación la solución? Los grandes sabios y filósofos de la Antigüedad nos mostraron el camino. Si uno lee las lecciones de Sócrates a través de los Diálogos de Platón, los Tratados de ética de Aristóteles, los Tratados morales de Séneca y de Plutarco o las Meditaciones de Marco Aurelio, encontrará ejemplos de cómo construir una cultura ética.
 
Para generar una cultura ética en un México hay que poner el tema en el debate público, en los medios de comunicación, para de esta manera comenzar a generar una conciencia colectiva que llegue a los jóvenes, a las escuelas, a las universidades, a los gobernantes y a los gobernados hasta lograr que se incorpore como una política de Estado.
 
REFLEXIÓN
 
No estoy dando recetas para nadie, no es tarea fácil lograr un consenso universal en muchas cuestiones éticas, pero hay que partir del principio de humanidad, con el compromiso con una vida en veracidad, de hablar y actuar desde la verdad. En otras palabras, de obrar con justicia y honradez.
 
La corrupción siempre ha existido, acompaña al hombre a lo largo de su historia. Pero cuando reduce y se hace un uso adecuado de los recursos, las sociedades se desarrollan, no solo en lo material, sino en el sentido humano, cultural, espiritual. De lo que se trata entonces es que la vida es un equilibrio dialéctico entre teoría y práctica.
 
 
 
Twitter: @pumamemo
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario