jueves, 30 de enero de 2014

NORMAS DEL HONOR


La voluntad se dirige siempre a un bien, pero en ocasiones se trata de un bien aparente, algo que aquí y ahora no es ordenable racionalmente al bien de la persona en su conjunto, por ejemplo sentimientos mundanos como la fama, el poder o la riqueza. Esos sentimientos que son inventados por la sociedad y la cultura para poder controlar a los hombres. Dichos sentimientos no proporcionan sustento ni felicidad, porque que han sido ideados para producir ilusiones, emoción y vacío.





¿Cuáles son esas falsas creencias que te apartan de la felicidad? Echa un vistazo al mundo y observa la infelicidad que hay en torno a ti y dentro de ti mismo. ¿Acaso sabes cuál es la causa de tal infelicidad? Probablemente digas que la causa es la soledad, o la opresión, o la guerra, o el odio, o la injusticia. Y estarás equivocado. La infelicidad tiene una sola causa: las falsas creencias que albergas en tu mente; creencias tan difundidas, tan comúnmente profesadas. Estamos tan profundamente "programados" y padecemos tan intensamente la presión de la sociedad que nos vemos literalmente obligados a percibir el mundo de manera deformada y es cuando perdemos nuestras cualidades como ser humano.


Por ejemplo, en el plano profesional perdemos la probidad y el respeto a nuestras profesiones. Es común que nuestras actuaciones puedan ser reprochables, no sólo en el ejercicio de nuestra profesión, sino también en la vida privada. Aquí se encuentra la clave: nuestra conducta profesional o privada no debe jamás infringir las normas del honor y de la delicadeza que caracterizan la del hombre de bien.


Como abogados, contadores, médicos, etcétera, olvidamos en el ejercicio de nuestra profesión además de la lealtad personal, la veracidad y la buena fe, reformulamos nuestra profesión con base en actos fraudulentos y tendenciosos a quebrantar la ley. En el caso particular del mundo de las leyes, esto se agudiza cuando muchos juristas se conducen si rigor moral, creyendo falsamente que ello se ganarán la estimación pública.


Si olvidamos reglas tan básicas como la cortesía y el respeto a la dignidad del colega, ¿cómo pretenderemos contar con la confianza y lealtad de los demás? Un eje rector en los principios de quienes estudiamos Derecho es la igualdad y ello implica respetar en todo momento a las personas, tratar con dignidad al colega, proscribiendo a su respecto las expresiones hirientes y las insinuaciones malévolas.


Desafortunadamente somos víctimas del gozo pecaminoso, de la complacencia deliberada en una acción mala ya realizada por sí o por otros. Es así como perdemos el valor ético, de forma consciente y libre. Entonces de poco sirve la capacidad intelectual del hombre, la que constituye su esencia y nos distingue de los animales, porque entonces adquiere una doble dimensión que es teórico práctica, es la crisis de la dignidad humana.

 



E-mail: guillermoars@gmail.com
Twitter: @pumamemo

 

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